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jueves, 14 de marzo de 2013

Consejos Breves



Saluda

 tu día con la oración del reconocimiento.
Tú estás vivo.

En cuanto la vida se expresa, se multiplican las
oportunidades de crecer y ser feliz.

Cada día es una bendición nueva que Dios te
concede, dándote una prueba de amor.

Acompaña la sucesión de las horas al cultivar
optimismo y bienestar.

Considera

 al trabajo como el mejor medio
para progresar.

Quien no trabaja se entrega a la parálisis moral
y espiritual.

El hombre que no se dedica a la acción libertadora
del trabajo se convierte en peso negativo
para la economía de la sociedad.

Trabajo es vida.


VIDA FELIZ

LA MODESTIA


LA MODESTIA

-¡Ay, mamá! ¿Cuándo nos volvemos a Barcelona? -¡Muchacho! ¿Estás en tu juicio? ¿Acabamos de llegar, como quien dice, y ya te quieres volver? -Es que estoy muy aburrido, y como el director del colegio y el médico le dijeron a papá que no me dejaran coger un libro, ni Dios entra en la biblioteca; la tiene cerrada a cal y canto, y no sé qué hacer; acostumbrado como estoy a leer de noche y de día, me aburro soberanamente. -Pues, mira; si sigues mis consejos y mis instrucciones no te aburrirás; desde mañana comenzaremos la nueva vida. -¿Y qué haremos, mamá? ¿Qué haremos? -Nos levantaremos muy temprano, tan temprano que aún veremos las estrellas. -Ya no me gusta el principio. -¿Qué sabes tú, muñeco? -Yo lo que sé es que me gusta mucho dormir por la mañana. -Pues, al campo no se viene a dormir; se viene a madrugar para ver la salida del Sol. -Pero, si es siempre lo mismo; con una vez que la veamos al año basta. -¿Qué sabes tú muchacho? Escucha y calla. -Bueno, pues quedamos en que nos levantaremos con las estrellas, como si tuviéramos que ir con las burras de leche a Barcelona. ¿Y qué más? -¿Qué más? Que nos beberemos un buen vaso de leche que tú mismo ordeñaras de la vaca negra, aquélla que te gusta a ti tanto. -¡Ah, sí! Ya lo creo que me gusta; juego con ella como si fuera otro chiquillo como yo. ¿Y qué haremos después? -¿Después? Prepararemos el primer almuerzo: unas buenas lonjas de jamón, medio pan tierno y calentito, una botellita de vino, y la fruta ya la cogeremos de los perales, de los melocotoneros, de los manzanos, de los ciruelos, de las parras o de las viñas; pasearemos por los bosques, subiremos cada día a la cumbre de una montaña, y descansaremos junto a la fuente que más nos agrade, y después de pasear y de admirar los innumerables encantos de la Naturaleza, ya que no puedes leer, yo te contaré cada día una historia, un episodio interesante, un hecho sensacional de los que guarda mi memoria, porque aquí donde me ves, tan a la buena de Dios, como tú dices, yo no he sabido mecer la cuna de mis hijos sin tener un libro ante mis ojos; no es extraño que seas tan aficionado a la lectura, porque yo, cuando tu padre está de viaje, tomo el chocolate leyendo; si no, no puedo tragar bocado. -Me gusta el plan expuesto; y tanto me gusta, que no quiero esperar a mañana para dar comienzo a ponerlo en práctica, y aunque hoy no nos hemos levantado con estrellas, ni hemos correteado por el campo, aquí, en este rinconcito del jardín, bajo este toldo de madreselva, me contarás la primera historia. -No, hijo mío; empezaremos mañana. -No, no; dice el director del colegio que la cera que va por delante es la que alumbra. ¿Mañana! ¿quién sabe si viviéremos mañana! -Calla, hijo mío; no digas eso ni en broma. -Pues, si no quieres que lo repita, empieza el cuento, es decir, no quiero que me cuentes cuentos; quiero relatos verídicos, pues dice el director del colegio que las novelas no hacen más que embrollar los entendimientos. -Descuida, chiquillo, descuida; yo tampoco quiero contar novelas, aunque bien considerado, ¿qué es la vida? Una novela de folletín, que vamos escribiendo cada uno por su cuenta, y que al entregarnos por la noche al sueño, decimos al cerrar los ojos: Se continuará. -Tienes razón, mamá; pero no te vayas escapando con tus reflexiones, yo quiero la primera historia. -¡Ay! Bien dicen que a <<chiquillos y a santos, no prometas que no cumplas>> -Justo, justo, lo prometido es deuda; sentémonos muy juntitos el uno al otro, para que no se me escape ninguna de tus palabras; comienza, pues. -Pues, mira, leí hace poco tiempo un episodio histórico que me llamó mucho la atención, por mas que estaba escrito en forma de cuento. -¿En forma de cuento? Pues, ¿cómo empezaba? -Empezaba diciendo así: <<Era una vez un rey, a quien al llegar su mayor edad, le dijeron el regente del reino y sus consejeros, que tenía que tomar estado para asegurar la posesión de su trono, contando con que Dios le daría frutos de bendición en su matrimonio; y el joven rey, que no era tartamudo ni escaso de inteligencia, les contestó lo siguiente: <<Bueno, está bien; yo estoy conforme en contraer matrimonio, pero no me quiero casar por la razón de Estado; me quiero casar como se casan los pobres, por amor; quiero estar enamorado de mi esposa; tanto me da que sea de estirpe real, como una pobre plebeya; lo que yo quiero es que me guste y que ella me ame y me comprenda; así, pues, quedo que se celebren tres concursos: el primero de mujeres hermosas, el segundo de mujeres sabias y el tercero de mujeres buenas, y entre tantas mujeres reunidas, miraré a ver si encuentro mi media naranja.>> El regente y los ministros, aunque no de muy buen grado, trataron de complacer al rey; se ofrecieron valiosísimos premios, y en corto plazo se consiguió reunir lo que el rey deseaba: un gran número de mujeres encantadoras, las unas por su belleza, las otras por su talento y esas otras por sus virtudes. Llegó el día señalado y se llenaron los salones del palacio del rey de mujeres bonitas, sabias y buenas; el rey mariposeó entre todas ellas, dirigiéndoles las más dulces palabras, los cumplidos más ingeniosos y las más sentidas salutaciones, a las unas por su belleza, a las otras por su talento y a esas otras por su bondad y su piedad evangélicas. Todas fueron obsequiadas, las unas con ricas joyas, las otras con libros de gran valía, y las que descollaban por su amor a los pobres, recibieron grandes bolsas de seda llenas de monedas de oro para los necesitados. Todas se fueron muy contentas de la amabilidad del joven monarca; pero éste se quedó muy desilusionado, muy descontento de todas ellas, y cuando sus ministros le preguntaron qué le había parecido aquel enjambre de mujeres notables, dijo con marcado desabrimiento: "Entre las mujeres bonitas las hay verdaderamente seductoras; pero.... todas ellas tienen la cabeza vacía. ¿No sabéis lo que se cuenta del encargo que hizo Dios a San Pedro? No, señor, lo ignoramos -contestaron los ministros-. Pues escuchad; cuenta la historia que Dios le dijo a San Pedro: 'Mira, prepara dos calderos enormes, y los llenas, el uno de sesos y el otro de sopas, y en cada caldero pones un buen cucharón, y conforme yo te vaya mandando niños y niñas con la cabeza abierta, tú vas echando en cada una de ellas una cucharada de sesos y otra de sopa, y de ese modo se llenará la Tierra de medianías y vivirán felices los terrenales, porque no serán ni tontos ni sabios.' San Pedro le dijo a Dios que estuviera tranquilo, que cumpliría fielmente sus órdenes; pero el bueno de San Pedro, como era tan viejo, a lo mejor se equivocaba y echaba en una cabeza dos cucharadas de sopas y en otra dos de sesos, y claro está, al que no le echaron más que sopas, careció toda su vida de sesos...Pues así están las mujeres bonitas que han acudido al concurso de belleza; son hermosas cabezas, pero sin sesos; en cuanto a las sabias, son el orgullo andando y no se puede ir con ellas a ninguna parte, y respecto a las mujeres piadosas, serán muy buenas para asistir a los enfermos; pero...ninguna de ellas me ha gustado; yo busco otra cosa en la mujer y ya me ingeniaré para encontrarlo. Por lo pronto, quiero entrar de jardinero en un convento de monjas donde haya educandas; iré bien disfrazado, me taparé un ojo con una venda negra, y sólo el capellán del convento sabrá quién soy, y así de ese modo, cuando las educandas jueguen en el jardín, escucharé sus conversaciones, a ver si allí encuentro lo que hasta ahora no he podido encontrar." Y dicho y hecho; el rey se disfrazó y entró de jardinero en un convento donde se educaban la mayor parte de las niñas nobles que había en la corte; allí permaneció varios días, hasta que una tarde que arrancaba hierba en un parterre del jardín, vio a dos muchachas de unos veinte años que entraron en un cenador y se sentaron a descansar; la una era muy bonita y se llamaba María, la otra no era ni fea ni bella y se llamaba Luisa; las dos comenzaron a hablar muy alto, sin cuidarse del jardinero, que era todo oídos para no perder ni una palabra del diálogo de las dos jóvenes. María, que hablaba más que siete, le dijo a Luisa: ¿Has visto que chasco se han llevado las que se presentaron en palacio? -Sí, ya lo sé; parece que el rey les dio calabazas a todas ellas, y les está bien empleado por presuntuosas. -Pues, mira, tu hermana está entre ellas. -Ya lo sé, y bastante los sentí que fuera. -Pero, oye, ¿tú te figuras que todas son tan tontas como tú, que te parece que estorbas en todas partes? Todos los extremos son viciosos. -No exageres, María, no exageres; pero yo pienso que es mucha petulancia creerse muy bella, o muy sabia, o muy buena; perfecto no hay nadie en este mundo, y necio es el que se crea superior a los demás. -¡Bah! ¡Bah! Ya está bien puesto el mote que llevas encima. -¡Sí, sí; ya sé que me dicen por mal nombre Santa modestia! -¡Por mal nombre? -dijo el jardinero entrando en el cenador. Las dos muchachas le miraron y se echaron a reír, diciéndole María: -¿Y a ti, quién te da vela en este entierro? ¡Si la superiora te viera...! -¡Ya me voy, ya me voy; buenas tardes, Santa modestia! Y el rey salió del cenador, más contento que Colón cuando divisó el mundo soñado y pudo decir: "¡Tierra!" Un mes después se casó el rey con Santa modestia, diciendo a sus ministros: -Ya encontré lo que buscaba; ya encontré una mujer verdaderamente modesta. ¡Cuántas gracias tengo que darle a Dios...!>> -¡Ay, mamá, qué rey tan sabio! Pues, mira, cuando yo sea hombre buscaré una mujer como Santa modestia. -Búscala como es tu madre -dijo el padre acariciando al niño-. Sin que vosotros me vierais, he estado escuchando cuanto habéis hablado. Yo, sin ser rey, también me ingenié a mi manera para hallar una mujer sencilla y buena, sin pretensiones de ser hermosa, ni de ser sabia, ni de ser piadosa..., y como no tenía pretensiones de nada, reunía todas las virtudes. El niño abrazó a su madre, diciéndole: -¡Qué buen principio hemos tenido! Me ha gustado muchísimo la historia que me has contado. Mañana nos levantaremos con estrellas, beberemos leche, almorzaremos en el bosque y luego, ¿qué me contarás? -Lo que se consigue con la tolerancia